
“¿No es algo evidente para todo el mundo que el imperio es tan fuerte como siempre? La apariencia de fuerza no es más que una ilusión. Parece tener que durar siempre. No obstante, el tronco de árbol podrido, hasta el mismo momento en que la tormenta lo parte en dos, tiene toda la apariencia de sólido que ha tenido siempre. Ahora la tormenta se cierne sobre las ramas del imperio.… Sin embargo, la caída del imperio, caballeros, es algo monumental y no puede combatirse fácilmente. Está dictada por una burocracia en aumento, una recesión de la iniciativa, una congelación de las castas, un estancamiento de la curiosidad… Y muchos factores más”
Isaac Asimov
Fundación (1951)
El inglés es un idioma que dispone de curiosas expresiones que le permiten hacer referencia a un amplio tipo de situaciones, siendo ahí donde surgen: <<23 Skidoo>> y <<Catach 22>>. El <<23 Skidoo>>, es un coloquialismo de significado confuso que ganó popularidad en la década de los 20 del siglo pasado, en los Estados Unidos, haciendo referencia al hecho de abandonar, de marcharse, de huir de un sitio a toda velocidad o de ser forzado a irse. Aunque tanto su origen como su significado son enigmáticos, la expresión, se relaciona con grupos de hombres que se aglomeraban junto al icónico rascacielos neoyorquino de forma triangular, Flatiron (175 de la Quinta Avenida – Calle 22 – Broadway), terminado en 1902, con el fin de intentar ver como las faldas de las mujeres se levantaban por la convergencia de las corrientes de viento procedentes del norte, que se dividían en torno al edificio y las corrientes descendentes – ascendentes que se combinaban para hacer que el aire fuera impredecible. Ante esta vergonzosa situación, la policía de Nueva York acudía al lugar con el fin de espantar a los fisgones, quienes al percatarse de la aproximación de las autoridades empezaban a gritar <<23 Skidoo>>, mientras se alejaban corriendo. Al parecer, el 23 se referiría a una situación que se presentaba en las carreras de caballos, en las que competían veintidós equinos, pero si se agregaba un vigésimo tercero, este pobre animal salía de la segunda línea, en desventaja, por lo que tenía que esforzarse más para tratar de ganar. Asimismo, la palabra “skidoo” solía utilizarse en algunos periódicos de los primeros años Siglo XX, como sinónimo de mala suerte.
Por otro lado, la expresión <<Catch 22>>, se puede traducir al español como callejón sin salida, una situación absurda o sin ganancia, haciendo alusión a contextos en los que se ha caído en una trampa. Todo indica que la palabra proviene de una novela satírica de 1961, escrita por el inglés Joseph Heller (1923-1999), titulada “Catch 22 – Trampa 22”, en la que cuenta la historia ficticia del capitán de bombardero John Yossarian, estacionado en Italia, en 1944, durante la Segunda Guerra Mundial. En la obra, el protagonista no quiere volar más misiones combate y para hacerlo trata de hacerse pasar por loco, pero para ser excusado del deber, el Artículo 22 del reglamento militar establecía que el piloto que no quería volar, para ser certificado, tenía que enviar una solicitud de revisión médica y en el momento en que lo hace, la trampa se cierra y el aviador pasa a ser considerado cuerdo, debido a que ningún loco presentaría una queja. Paradójicamente, el reglamento también establecía que nadie en su sano juicio querría pilotar un bombardero, debido a la terrible tasa de bajas que tenían que afrontar, de modo que la alegación de no querer volar, en verdad, demostraba que se estaba cuerdo y por ello el piloto tenía que seguir volando las misiones de combate, con lo que no había manera de escapar del sistema. La expresión fue utilizada con frecuencia por las tropas estadounidenses que combatieron durante la Guerra de Vietnam (1964-1975) debido a que reflejaba muy bien la situación en la que muchos soldados sentían que se encontraban, siendo utilizada también como expresión popular, en películas (Catch 22 de 1970) o series de televisión. En esencia, se trata de una trampa lógica, de una implacable paradoja que tritura a la víctima, pues le exige que para salir de una situación, debería encontrarse en otra situación completamente diferente, algo que es imposible.
Estas expresiones son pertinentes porque podrían ilustrar con inquietante precisión las situaciones que hemos visto en los últimos años, en dos de los principales escenarios de la política exterior norteamericana: Afganistán (2001-2021) y Ucrania (2022-2023). El <<23 Skidoo>> parece recoger bastante bien el escenario afgano, las imágenes de la caótica retirada de los 6.000 soldados estadounidenses que permanecían en el país, así como de las tropas de sus aliados de la OTAN de Kabul, en agosto de 2021, debido al rápido e implacable avance de los Talibanes sobre la capital, no dejan duda alguna de que las fuerzas de la coalición en el país fueron forzadas a irse. Afganistán, olvidado por las burocracias de la política exterior y los medios de comunicación globales de EEUU, Europa y sus aliados, salvo por uno que otro cáustico artículo de opinión cargado de indignación hacia los Talibanes o algún informe emitido por un Think Thank occidental, es un 23 Skidoo sugerente y no solo por la retirada en sí, sino también por las razones estructurales que llevaron a este curso de acción, un dramático final para esta larga guerra estadounidense. En ese sentido, el libro del periodista del Washington Post, Craig Whitlock, “Los papeles de Afganistán (2022)”, una obra de periodismo investigativo basada en documentos internos de las burocracias involucradas directamente en la conducción de la guerra entre 2001-2019, identificó una serie de fallas, mentiras, ocultamientos y negligencias cometidas durante cerca de dieciocho años, especialmente al nivel estratégico, por presidentes, secretarios, generales o altos asesores de los Estados Unidos. Fallas que de no corregirse pueden llevar a los norteamericanos a caer en un Catch 22, al enfrentar otra guerra en el sistema internacional, como la de Ucrania.
El libro fue resultado de la revisión de más de dos mil páginas de documentos inéditos, producto de las notas, charlas, grabaciones y transcripciones del “Proyecto Lessons Lerned”, llevado a cabo por la Oficina del Inspector General para la Reconstrucción de Afganistán (SIGAR), que había entrevistado más de cuatrocientas personas que participaron en la guerra, funcionarios civiles o militares de todos los niveles, con el fin de diagnosticar que políticas implementadas en Afganistán, habían fracasado. En las entrevistas los funcionarios podían dar libremente sus opiniones, reflexiones, valoraciones o apreciaciones sobre la guerra, muchas de las cuales revelaron altos niveles de extravío estratégico, frustración e ira contenida, frente a la conducción de la misma. De dicho material y al analizar otras circunstancias de lo acontecido en Afganistán, es posible identificar como mínimo tres grandes problemas estratégicos que llevaron al <<23 Skidoo>>. En primer lugar, se debe empezar por mencionar la dificultad que se evidenció por parte de EEUU para definir el o los objetivos estratégicos (Objetivos de largo plazo) a alcanzar en Afganistán, pues se osciló entre unos “objetivos restringidos”, que giraban en torno a destruir Al Qaeda y remover a los Talibanes del poder, buscando evitar que se llevaran a cabo nuevos ataques contra territorio norteamericano, y unos “objetivos amplios”, en los que se habló de llevar a suelo afgano la paz, el desarrollo, la democracia, la prosperidad y el estado de derecho, así como muchos de los valores, principios e instituciones, de las democracias occidentales y el orden liberal internacional. El primer objetivo, se corresponde con una típica operación de castigo que cualquier líder o gobernante, desde la antigüedad y hasta el siglo pasado, identificaría con facilidad pero que hoy es indigerible para las democracias occidentales, especialmente las europeas.
Cuesta imaginar a los sensibles belgas, daneses, alemanes o noruegos, organizándose con los norteamericanos, tan solo para ir, bajo el mando de la OTAN, a darle una sangrienta paliza a Al Qaeda, los Talibanes y los afganos, que en 2001 tenían cerca del 31% de la población viviendo en la pobreza producto de la guerra contra los soviéticos (1979-1989), una terrible guerra civil (1992-1996) y luego el radical gobierno de los Talibanes (1996-2001). El segundo objetivo significaba involucrarse en un proceso de “nation building (construcción de nación)”, algo que los diferentes presidentes de los EEUU dejaron claro, sobre todo en privado, que no harían pero que en público parecían dar a entender que sí se estaba llevando a cabo, un curso de acción que implicaba esfuerzos de más de tres décadas (En Lessons Lerned se habló de cuarenta años), monumentales inversiones y complejas dinámicas de coordinación interinstitucional interna e internacional. Este objetivo, además de enfrentar las difíciles particularidades del escenario afgano, también debía luchar contra el tiempo, los cambios de ánimo interno de las democracias, la perdida de la voluntad e interés de las sociedades occidentales, los relevos en presidentes, primeros ministros o cancilleres, donde cada nuevo líder podía llegar con un enfoque diferente sobre cómo manejar la guerra y hasta cuándo o cómo comprometerse. Sobre el terreno, durante las dos décadas de la intervención de EEUU-OTAN, frente al objetivo restringido se trabajó con éxito para destruir Al Qaeda (La red fue demolida con eficacia y Osama Bin Laden fue abatido en mayo de 2011), así como para evitar nuevos ataques al territorio estadounidense, aunque no se logró desarrollar una estrategia contrainsurgente funcional para derrotar los Talibanes, que al final lograron retomar el poder, expulsando al gobierno afgano, a los norteamericanos y sus aliados.
Asimismo, aunque se impulsaron muchas acciones militares – civiles que se correspondían con los objetivos amplios y que además eran consistentes con la necesidad de derrotar a los Talibanes, el tiempo, las capacidades, los recursos requeridos y la dificultad de enfrentar desafíos como las particularidades socio-tribales afganas, la increíble corrupción del gobierno respaldado por Washington, las fuertes raíces socioculturales de los Talibanes en Afganistán-Pakistán y la persistencia de los cultivos ilícitos (Opio) como principal fuente de ingresos ante la imposibilidad de construir economías licitas o desarrollar la infraestructura del país; hacían que los medios puestos a disposición siempre estuvieran muy por debajo de la magnitud de los objetivos trazados, mientras que la voluntad de lucha la sociedad, la opinión pública y los políticos estadounidenses, decaía. Por lo general, cuando se presentan este tipo de situaciones, donde se ven esfuerzos gigantescos, pero no los resultados que se esperaba[1] en función de los objetivos formulados, escenarios en los que se tiende a confundir “esfuerzo” con “resultado”, es posible encontrar fallas en el diagnóstico que lleva a objetivos equivocados o capacidades insuficientes para llevar a cabo la implementación. Formular objetivos suele parecer una tarea sencilla, en especial para los altos tomadores de decisiones, pero no se debe olvidar que es un proceso extraordinariamente complejo, de extremo cuidado, debido a que está cimentado en la necesidad de realizar diagnósticos acertados, de lo contrario, se promoverán acciones equivocadas, que llevarán a realidades diferentes a las buscadas.
En segundo lugar y como consecuencia de las limitaciones identificadas al momento de definir los objetivos estratégicos en Afganistán, los norteamericanos también enfrentaron importantes dificultades para estructurar una estrategia contrainsurgente viable, en especial a nivel estratégico. Es crucial no olvidar que las tropas de los Estados Unidos, en cualquiera de sus seis ramas de servicio, en los niveles táctico u operacional, son una fuerza militar extraordinaria, sus hombres y mujeres son soldados competentes, luchadores aguerridos y guerreros valientes, altamente adiestrados, disponen de tecnología de vanguardia, una potencia de fuego aterradora, así como de una logística, movilidad, inteligencia, base industrial y recursos económicos, que ningún otro país, adversario o enemigo puede igualar, suele ser un error mortal subestimarlos. Pese a lo anterior, al momento de formular e implementar una estrategia contrainsurgente para derrotar a los Talibanes, los estadounidenses enfrentaron una larga serie de problemas que no lograron resolver, siendo uno de los más importantes el del “tiempo”. Dada la magnitud de las dificultades que aquejaban Afganistán, se necesitaba de décadas para poder transformar la realidad de los territorios, además este curso de acción era muy difícil de sostener para una democracia que había abierto un nuevo frente de batalla en Irak (Invasión de 2003) y necesitaba de victorias prontas para responder a políticos impacientes que preveían, necesitaban o proclamaban una rápida victoria, así como a un electorado que, inquieto, empezó a pedir con cada vez más fuerza el retiro de las tropas de Afganistán. A ello se sumó el hecho de tener que operar en un país con una geografía agreste que está a miles de kilómetros de las fronteras americanas, sobre el cual no había mayor conocimiento y en el que tampoco había intereses vitales en juego. De especial importancia fue tener que enfrentar el gran desafío que emergió de la variable social afgana y subvariables como la cultura, la historia o la religión, elementos que claramente estaban influenciados por los Talibanes que cuentan con una radical, aunque potente, visión religiosa, así como con ramificaciones en Pakistán, estando en capacidad de actuar en detrimento de las visiones que impulsaban la alianza euro-norteamericana.
Los esfuerzos de EEUU-OTAN para formular e implementar una estrategia contrainsurgente, también chocaron con la tozuda realidad creada por las autoridades afganas respaldadas por occidente, un gobierno que se cimentó en muchos de los antiguos señores de la guerra. Estos actores, que habían enfrentado a los Talibanes en los años noventa y controlaban partes del norte del país al momento de la invasión estadounidense en 2001, contaban con una baja aceptación entre la población afgana, que los asociaba con todo tipo de excesos, violencias, crueldades, arbitrariedades o prácticas corruptas, estando éstas últimas especialmente ligadas con el tráfico de opio (La producción afgana surtía el 80% del mercado mundial), ingrediente clave de la heroína (Esta droga, hecha con opio afgano, dominaba el 95% del mercado europeo). La corrupción fue un factor de gran importancia, debido a que alcanzó niveles exorbitantes, debilitando tanto a los estadounidenses que también se vieron involucrados en ella, como a las instituciones, la autoridad y la credibilidad del gobierno afgano, que a partir de lógicas tribales – clientelares, malgastó los recursos o desaprovechó las capacidades entregadas por los Estados Unidos, sus aliados o las organizaciones internacionales. Las prácticas corruptas se vieron acentuadas por los estrechos vínculos de algunos de los miembros del gobierno con el cultivo de amapola y el tráfico de opio, una actividad que causó problemas de consumo, impulsó la violencia y llevó a un marcado deterioro del tejido social del país. Fue así como a lo largo de dos décadas, el tráfico de drogas continuó siendo la única actividad económica rentable ante la inexistencia e imposibilidad de desarrollar economías lícitas que pudieran competir con la rentabilidad de la amapola.
Aunque Estados Unidos destruyó reservas opio, realizó ataques contra los laboratorios de drogas, lanzó grandes bombardeos aéreos contra los campos de amapola en los territorios controlados por los Talibanes y gastó miles de millones de dólares en otras acciones con el propósito de erradicar la producción y el tráfico de opio buscando cortar una de las principales fuentes de financiación Talibán, al parecer, el problema radicó en que sus aliados afganos, estaban tanto o más involucrados que los Talibanes, en el tráfico de drogas. Las fallas en la estrategia antidrogas, hacían parte de problemas estructurales más amplios que afectaban la estrategia contrainsurgente global en el país, como lo mencionó el General David Barno “el problema era que las fuerzas armadas no habían puesto en práctica una campaña así (Como la de Afganistán) desde la guerra de Vietnam, en ese momento no disponíamos de ningún tipo de doctrina militar por la cual guiarnos, a ninguno nos habían instruido en mucho sobre contrainsurgencia, estábamos tirando de intuición” (Witlock. Pág. 72). La magnitud de esta falla la expresó en Lessons Learned, el General británico David Richards, quien lideró las fuerzas de la OTAN entre 2006-2007: “No había un plan coherente a largo plazo… Intentábamos conseguir un único plan coherente a largo plazo, una estrategia como Dios manda, pero en vez de eso nos daban un rimero de tácticas (Witlock. Pág. 16)”, a lo que se sumó el General del Ejército de EEUU Dan McNeill, dos veces Comandante de EEUU durante la administración Bush, quien reconoció que, “no había ningún plan de campaña, es que no lo había”. Esta falla, catastrófica, fue expuesta por el Presidente Joe Biden, en septiembre de 2021, cuando en Pensilvania, al ser cuestionado sobre los hechos en Afganistán, respondió preguntando ¿Cuál es la estrategia?, una contestación desconcertante no solo porque era algo que desde el principio debía estar claro, sino porque él, en su calidad de Vicepresidente, con asiento en el Consejo de Seguridad Nacional y como experto en política exterior de la administración Obama, fue uno de los llamados a tener un rol central al momento de construirla.
En tercer lugar, se debe destacar la capacidad de los Talibanes, en el marco de su radical visión del Islam, para formular e implementar una estrategia superior a la de los Estados Unidos y sus aliados, que no lograron estructurar nada comparable ni eficaz, en función de sus objetivos y que tampoco tuvieron éxito en el proceso de creación – sostenimiento de unas fuerzas militares – policiales afganas, que se desmoronaron con asombrosa rapidez en 2021. Al aproximarse al sistema de guerra asimétrica desplegado por los Talibanes, es posible ver un vigoroso proceso de cambio y adaptación, vital para toda guerrilla, que le permitió a la organización recomponerse desde Pakistán, tras el poderoso embate inicial de los estadounidenses (2001) que los sacó del poder, procediendo a reorganizarse en los niveles táctico y operacional con el fin de estar en capacidad de ofrecer una creciente resistencia a las fuerzas occidentales en el plano militar, a través de una guerra de guerrillas de alta intensidad. Al mismo tiempo, en el nivel estratégico, los Talibanes trabajaron de forma eficaz, muy competente, para mantener e incrementar su influencia en la sociedad afgana aprovechando las fallas en el nivel estratégico de los estadounidenses que durante las dos décadas en Afganistán, no lograron definir un objetivo claro a alcanzar y que respaldaban a un endeble gobierno afgano. Como ya se mencionó, entre 2001-2021, los EEUU-OTAN, oscilaron entre unos “objetivos restringidos” y unos “objetivos amplios”, una situación que evidencia problemas a nivel del pensamiento estratégico[2] de los estadounidenses y sus aliados, pues los Talibanes, en especial desde la variable social, a través de las subvariables de la cultura, la historia, la religión y la estructura societal, lograron paulatinamente, a través de complejas redes socio-religiosas de alcance trasnacional (Especialmente aquellas localizadas en Pakistán ligadas a la etnia Pastún), que se originaron tanto desde la organización, como desde la sociedad, soportar el esfuerzo militar y la alta tasa de bajas causada por los estadounidenses.
Esto les permitió ir ganando un imparable control, aceptación y ascendencia social, para con ello controlar el territorio y el gobierno, que aquejado por la corrupción, la incompetencia y las luchas entre los señores de la guerra, fue perdiendo el control y el respaldo de la sociedad. De esta forma, los Talibanes pudieron contener y luego hacer retroceder las retroalimentaciones positivas que impulsaban los EEUU-OTAN al tratar de inocular las ideas, valores, principios, comportamientos y organizaciones gubernamentales o sociales de occidente en tierra afganas, al tiempo que trataban de crear un gobierno estable y reconstruir el país. El éxito Talibán se debió a que sus líderes, como Hibatullah Akhundzada, Mohammad Hassan Akhund, Abdul Ghani Baradar, Mohammad Yaqoob o Sirajuddin Haqqani, lograron dinamizar sus propias retroalimentaciones positivas que fueron impulsadas desde la subvariable religiosa (Radical visión del Islam promovida por el Talibán, que ya había gobernado Afganistán entre 1996-2001) y una vez se logró afianzar o ir controlando partes crecientes de la sociedad, la organización impulsó retroalimentaciones negativas que lograron inhibir con bastante éxito los cambios que impulsaban los occidentales, estabilizando así las dinámicas sociales que ellos ya controlaban, conscientes de que en el largo plazo (Variable tiempo), eso les daría la victoria. Este curso de acción, el movimiento Talibán lo vio consolidado cuando el 29 de febrero de 2020, el gobierno de Estados Unidos, presidido por Donald Trump, firmó con los Talibanes, en Doha – Qatar, un acuerdo que fijó un calendario para la retirada definitiva de los norteamericanos del país. Durante los años de lucha contra los EEUU, el liderazgo Talibán pudo cambiar, adaptarse a lo largo de la guerra, en función de los duros golpes y las vigorosas acciones impulsadas por los norteamericanos, mostrando unos muy altos niveles de resiliencia y autoorganización que les facilitaron resistir la enorme presión militar que recibieron durante años por parte de los occidentales.
Los Talibanes, en las zonas rurales y de manera creciente en las áreas urbanas, lograron mantener una decisiva influencia sobre lo que los afganos piensan, sienten y hacen, determinaron las visiones y los valores que se asignan en la sociedad, apalancados en la tradición y la fuerza, definieron las normas sociales así como la estructura socio-tribal del país. Esto les permitió controlar tanto el territorio, como el gobierno en sus diferentes niveles, mostrando el liderazgo Talibán ser muy competente en el campo militar, expertos en guerras asimétricas aprovecharon al máximo la geografía, así como la milenaria tradición y experiencia reciente en guerra de guerrillas del país (Invasión Soviética 1979-1989 y Guerra civil afgana 1992-1996), logrando un eficaz proceso de emergencia de nueva información, especialmente en el componente militar a medida de luchaban contra las tropas de EEUU y sus aliados, dándole así al escenario un enorme dinamismo. Los Talibanes, para librar la guerra contra EEUU, consiguieron, de manera accidental o planificada, estructurar un sistema antifragil, es decir, que lograron entender, beneficiarse y adaptarse a los cambios que se forzaban en su entorno y que eran impulsados por los americanos. La antifragilidad es un atributo fundamental para cualquier guerrilla o para cualquier actor que decida implementar una estrategia asimétrica en la guerra, debido a que la presión militar de fuerzas que son superiores en términos tácticos, operacionales, logísticos, tecnológicos o presupuestales, hacen que los cambios sean inevitables, si la guerrilla no se transforma, si no logra adaptarse y beneficiarse de las variaciones que los otros actores le están imponiendo en su entorno, inevitablemente será derrotada. Por ello, la antifragilidad es una capacidad esencial que desarrollaron los Talibanes y que se reflejó en su inquebrantable voluntad de lucha, así como en el constante aprendizaje de lecciones operacionales y tácticas, lo que, acompañado de un fuerte adiestramiento táctico – religioso, les permitió neutralizar la superioridad presupuestal, operacional, logística o tecnológica de EEUU-OTAN, que por ello terminaron derrotados, no en el campo de batalla sino en el nivel estratégico, donde tienden a predominar las subvariables sociales, que al final, son las que soportan toda fuerza militar.
Los fundamentalistas afganos fueron competentes al momento de entender que las interacciones relevantes, es decir, aquellas que se dan entre las variables que determinan aunque sea parcialmente el futuro del sistema, estaban en el liderazgo, las subvariables sociales (Cultura y religión principalmente), militares (Acciones de guerrilla de alta intensidad) y las alianzas (Pakistán), concentrado su estrategia en la gestión, el control y el direccionamiento de dichas variables. Esto les permitió respaldar de manera sostenible tanto el intenso esfuerzo militar que realizaban como aprovechar las debilidades, convertidas en vulnerabilidades, que tenía el gobierno afgano que terminó infiltrado, penetrado, desacreditado y copado por las fuerzas Talibanes. Los norteamericanos tenían ante sí un escenario de extraordinaria complejidad, abordarlo requería de análisis intrincados, de esfuerzos multidisciplinares, así como del manejo de grandes volúmenes de información pasada y presente, que debía proyectarse hacia el incierto futuro, requiriéndose también de más voluntad de la que disponían, de más tiempo del que se podían permitir y de capacidades de coordinación e implementación interinstitucionales que no existían, que no se podían crear a la velocidad requerida y que no era muy claro cómo se harían sostenibles en el largo plazo. Por ello fue muy difícil para la Alianza incidir de forma decisiva en las variables que daban cuerpo a las interacciones relevantes, como las sociales, que eran uno de los principales nodos de la estrategia desarrollada por los líderes Talibán. Aunque se realizaron esfuerzos[3] con los que se buscó enfrentar la complejidad sistémica de Afganistán y la estrategia de los Talibanes, es claro que no se obtuvieron los resultados esperados. El <<23 Skidoo>> norteamericano en Afganistán, muestra que la derrota sufrida no se debió a la destrucción de sus capacidades industriales, a la existencia de bajas poblacionalmente insostenibles (Según estimaciones del Instituto Watson de la Universidad Brown, en 20 años murieron 2.442 soldados de EEUU frente a 51.200 insurgentes, 71.000 civiles y 73.000 miembros de las fuerzas de seguridad afganas), a la superioridad tecnológica o presupuestal de los Talibanes, a que los militares estadounidenses fueran derrotados en las batallas libradas en suelo afgano o a que el escenario se hubiera convertido en una carga insostenible para la economía norteamericana. Este <<23 Skidoo>> lo que nos muestra, es una silenciosa pero inquietante crisis en el pensamiento estratégico norteamericano, que se cimenta en problemas de liderazgo político-militar, organización (estrategia), visón de futuro de los escenarios de conflicto y una creciente incapacidad para enfrentar escenarios asimétricos, dificultades que se ven acrecentadas por una limitada voluntad de lucha y una persistente dificultad para sostener esfuerzos militares por el tiempo exigido en guerras como la librada en Afganistán.
Las características generales del 23 Skidoo afgano, son identificables en otros escenarios de la política exterior norteamericana como Irak (2003-2021) o Siria (2011), no siendo pocos quienes también los identifican en guerras como la de Vietnam (1964-1973), lugares distantes, desconocidos, ajenos a las preocupaciones de política interna estadounidense o a los intereses vitales del país, lo que los convierte en escenarios que se vuelven objeto de una importancia decreciente y donde la victoria no necesariamente es un objetivo prioritario, siendo este tipo de realidades las que han tendido a convertirse en una constante. Esta crítica situación, que sutilmente se oculta bajo la gigantesca fuerza económica de los estadounidenses, también ha puesto de manifiesto los límites de la capacidad de los EEUU y sus aliados para expandir la democracia, el orden liberal y sus ideas sobre cómo organizar las sociedades en términos políticos o económicos, ideas que se han convertido en dogma dentro de las burocracias de la política exterior estadounidense pero que hoy se encuentran bajo presiones cada vez más fuertes, tanto dentro de occidente, como en los países donde los lideres occidentales quisieran verlas surgir o consolidarse. En este proceso, los norteamericanos trasgredieron varias de las reglas del sistema internacional liberal que está vigente desde la caída de la Unión Soviética (1991) y que ellos mismo construyeron, debilitando su funcionamiento y legitimidad, al tiempo que el sistema se ha tornado más volátil e inestable, debido al ascenso de nuevos poderes (Ej. China) y la acumulación sistémica de problemas, tensiones o conflictos que parecen no tener solución (Ej. Irán, Shael, Yemen, Libia, Siria, Palestina – Israel o Corea del Norte, etc), una situación en la que se administran los problemas, pero no se resuelven, llevando al final a estallidos simultáneos o descontrolados. Lo acontecido en Afganistán, así como lo que parece ser el poco interés para reflexionar sobre ello o reconocerlo, es lo que abre la puerta para un “Catch 22”, que en este momento podría estarse configurado en Ucrania, tras la invasión por parte de Rusia a este país, en febrero de 2022.
Con el ataque de Rusia a Ucrania (Llamado por el Kremlin Operación Militar Especial), que busca evitar la expansión de EEUU-OTAN en dicho país, así como proteger a la población rusa del oriente ucraniano, Estados Unidos, sus aliados de la OTAN y la Unión Europea, pusieron en marcha una serie de sanciones sin precedentes contra Rusia, buscando destruir su economía y así debilitar la capacidad para sostener el esfuerzo militar en Ucrania, tanto en términos económicos como sociopolíticos, mientras se trabajaba para aislar políticamente a Moscú, destacando los medios occidentales la poca competencia y problemas de diverso tipo (Ej. Logístico, de inteligencia u operacionales) mostrados por las Fuerzas Militares rusas en el campo de batalla. Asimismo, EEUU entregó a los ucranianos asistencia técnica, inteligencia y enormes cantidades de equipo militar con el fin de que Ucrania pudiera luchar contra las fuerzas militares rusas, recuperar los territorios ocupados y derrotar estratégicamente al Kremlin. En el transcurso de casi dos años de guerra y pese al inicial triunfalismo de los aliados occidentales, se han empezado a evidenciar algunas importantes limitaciones en las acciones impulsadas desde el nivel estratégico por los EEUU-OTAN, que recuerdan, salvadas las magnitudes y contextos, algunos de los problemas ya vistos en Afganistán y que pueden haber llevado a los norteamericanos y sus aliados, a un Catch 22. En primer lugar, están las fallas que parecen haberse configurado en torno a los efectos que EEUU – OTAN – La Unión Europea, esperaban obtener como resultado de las colosales sanciones económicas impuestas a Rusia, que aunque han golpeado con fuerza al país no han llevado al desplome del mismo, ni a un cambio en el rumbo político de Rusia frente a Ucrania, afectando el PIB en cerca de un 2%, cuando se esperaban afectaciones de un 8% a un 10% o superiores.
Esto ha mostrado que la economía rusa, que los cálculos más optimistas indican que puede crecer por encima del 3% en 2023, tiene una resiliencia superior a la que al parecer previeron los planificadores occidentales, así como una articulación mucho más sólida con importantes flujos y actores del sistema económico mundial, como China e India. Adicionalmente, las sanciones impuestas a los rusos, debido a la fuerte interdependencia que tenían con los países de la Unión Europea, terminaron afectando de manera importante a la Unión que han visto cómo se incrementan las presiones sobre sus economías y sociedades, así como sobre su castigado Estado de Bienestar. Es claro que occidente no renunciará a su principal arma en la guerra contra Rusia que es la presión económica, habrá más sanciones en el futuro y las existentes no se levantaran, ni se suavizaran, confiando en el efecto a mediano-largo plazo de las mismas, estimando los norteamericanos que la economía rusa tan solo podría sostener por cerca de dos años, tal vez un poco más, el esfuerzo bélico. Sin embargo, el sistema económico ruso parece haberse acostumbrado a las sanciones, en más de un sentido se han vuelto rutinarias, con lo que lo más probables es que el país seguirá viviendo, luchando y trabajando, bajo ellas. En segundo lugar, se debe mencionar que con la estrategia de occidente, al golpear con fuerza el sistema económico ruso, se esperaba no solo impactar el desempeño del complejo militar industrial y sus fuerzas militares en el campo de batalla, sino que también se busca afectar la estabilidad política y social del país, generando presiones internas abrumadoras que llevaran a la revolución social, a un cambio de gobierno, a la fragmentación política del mismo o a un golpe de Estado, que culminara con la muerte o remoción del Presidente Putin del poder y sus allegados. Aunque los medios comunicación occidentales han difundido información sobre manifestaciones en Rusia contra la guerra y le han dado voz a opositores de Putin dentro y fuera del país, la fragmentación o colapso del sistema político o el sistema social ruso, en este momento, aún parece lejano.
El motín impulsado por Yevgueni Prigozhin, líder del Grupo Wagner, el 23 y 24 de junio de 2023, pareció ser una clara señal del desplome interno del país y del gobierno de Vladimir Putin o por lo menos, de la debilidad del mismo, así como de las fuerzas militares y de seguridad rusas, llegándose hablar de una inminente toma de Moscú por parte de los amotinados, así como del desplome del aparato militar del Kremlin, afirmando el Presidente Biden, el 28 de junio, que Putin no solo está perdiendo la guerra fuera de su territorio, sino que también está perdiendo la guerra en casa. Sin embargo, con la mediación de Bielorrusia el motín fue desactivado, el Grupo Wagner reestructurado y su líder falleció en un accidente aéreo en agosto de 2023, mientras que la población rusa se mantuvo indiferente frente al levantamiento y las fuerzas militares rusas continuaron estando unificadas, operativas y en capacidad de enfrentar la contraofensiva lanzada por los ucranianos, sin ser muy clara la forma en la que los 8.000 a 20.000 hombres de Wagner podrían llegar tomar una ciudad como Moscú, con doce millones de habitantes, un área de más de 2.500km2 y en la que no eran identificables masas populares impulsadas por el deseo de deshacerse del gobierno o motivadas por los impactos negativos de una crisis socioeconómica. Hasta el momento, en líneas generales y sin descartar algún nivel de descontento o insatisfacción que puede haber por la guerra en Ucrania, es claro que las variables del sistema social y político de Rusia, permanecen lo suficientemente estables como para tolerar los costos generados por las sanciones económicas impuestas por los estadounidenses, así como para mantener el esfuerzo bélico en el frente. Debido a que gran parte de la estrategia de los EEUU-OTAN-UE parte del reconocimiento de la fuerte interacción existente entre el sistema económico y los sistemas social, político y militar, es comprensible que seguirán trabajando para poner de rodillas a los rusos afectando estas variables, sin embargo, Rusia ha mostrado hasta el momento una importante capacidad de adaptación para responder a estas acciones occidentales.
En tercer lugar, está el comportamiento del sistema militar ruso y la forma en la que ha respondido a las acciones impulsadas por Estados Unidos, la OTAN, Ucrania y la Unión Europea. Tras el inicio de la ofensiva rusa en 2022, que le permitió a Moscú tomar cerca de 161.000km2 de territorio ucraniano (27% del país) las fuerzas ucranianas libraron una guerra defensiva haciendo un acertado uso de la asistencia técnica, así como del equipo y medios militares suministrados por Estados Unidos entre 2014-2022, lo que les permitió evitar que Rusia avanzara sobre Kiev y lanzar contraofensivas exitosas contra Járkov (Septiembre) o Kherson (Agosto-noviembre). Los ucranianos también lograron propinar otros golpes a las fuerzas rusas, como lo hicieron con la Flota del Mar Negro (Hundimiento del buque insignia, Moscú, en abril de 2022) o la toma de la isla de las serpientes, mientras se libraban brutales batallas en ciudades como Artyomovsk-Bajmut o lugares como Zaporiyia. Estos éxitos fueron celebrados en occidente y pusieron de manifiesto debilidades en las fuerzas rusas en términos de logística, inteligencia, planeamiento, equipos y doctrina operativa, un escenario optimista en el que parecían conjugarse de forma eficaz sanciones económicas, presión política y éxitos en el campo de batalla, una situación que llevó al presidente Volodimir Zelenski a afirmar, en enero de 2023, que solo necesitaba de 300 a 500 tanques para poder llevar una contraofensiva exitosa contra las Fuerzas Militares Rusas. Ucrania realizó una movilización total para la guerra y se embarcó en la transformación de sus fuerzas militares, un proceso en el que miles de soldados ucranianos fueran adiestrados en la doctrina de la OTAN, dándose una masiva entrega de armamento por parte de Estados Unidos – Europa a Ucrania, incluyendo drones, tanques (Ej. Los leopard alemanes), munición, artillería, bombas de racimo, misiles de diverso alcance, sistemas de defensa aérea, de guerra electrónica y toda suerte de equipos.
Se previó que todo el equipamiento entregado por occidente al gobierno ucraniano sería utilizado en una contraofensiva, que finalmente se lanzó en el verano de 2023. La contraofensiva de Ucrania, que con la información pública disponible no es muy claro que objetivos buscaba, al parecer, pretendía: i) Retomar la iniciativa estratégica, ii) Obtener acceso al mar de Azov, iii) Cortar el vínculo ente Rusia y Crimea, iv) Infligir grandes pérdidas a las fuerzas militares rusas, v) Realizar incursiones en territorio ruso y ataques a edificios simbólicos en ciudades rusas (Ej. El Kremlin, el puente de Crimea, los rascacielos de Moscú o el Comando de la Flota del Mar Negro) y vi) Cambiar el sentimiento de la sociedad rusa y la percepción del Kremlin frente a las probabilidades éxito en la guerra, mediante un campaña de fuerte impacto mediático de alcance global. Para avanzar hacia estos objetivos las fuerzas ucranianas lanzaron grandes ofensivas en por lo menos tres direcciones, Melitopol, Berdyansk y Artyomovsk, con el fin de crear varios puntos de presión en la línea de frente donde se trituraría a las fuerzas rusas, para luego asestar un golpe demoledor en cualquier de los tres ejes de avance de la ofensiva. Sin embargo, las cosas no salieron según lo planeado y en este momento todo indica que la contraofensiva fracasó sin haber logrado ninguno de sus objetivos, con lo que los norteamericanos y sus aliados nuevamente parecen haber desdeñado, subestimado e incomprendido a su adversario, en este caso, Rusia. Es muy probable que los norteamericanos y la OTAN, malinterpretaran los éxitos de Ucrania en 2022, un hecho que muestra, una vez más, la crisis que parece estar aquejando al pensamiento estratégico estadounidense.
En Járkov, la retirada rusa fue el resultado de haber enfrentado a una fuerza pequeña, sobreextendida y que no contaba con un sistema defensivo apropiado, al tiempo que en Kherson se combatió contra una fuerza rusa agotada y sobrecargada. Al lanzar la contraofensiva el 4 de junio de 2023 y tras luchar seis meses, las fuerzas ucranianas enfrentaron complejos campos minados, una tenaz defensa rusa liderada de forma competente y chocaron de forma brutal contra unas bien estructuradas líneas defensivas, sin que lograran romper ninguna de ellas, realizando avances mínimos que no tuvieron ninguna relevancia estratégica en la evolución de la guerra. En el desarrollo de la contraofensiva y según las fuentes del Ministerio de Defensa de Rusia, Ucrania ha sufrido más de 160.000 bajas, ha perdido más de 600 tanques, 1.900 vehículos blindados y 16.000 unidades de diversas armas, datos que pese a la fuente no deben descartarse ya que el secretismo, sensibilidad y discreción con el que los gobiernos occidentales, así como sus medios de comunicación, manejan los datos de las bajas y perdidas ucranianas, indican que la situación puede ser dramática. Rusia y sus fuerzas armadas, pese al halo de incompetencia con el que tienden a presentarlas los medios occidentales, así como a sus fallas y limitaciones, han demostrado ser una fuerza resiliente, que aprende e innova en los niveles, técnico – táctico – operacional – estratégico, desarrollando muchos elementos propios de un sistema antifragil que le permiten responder a los cambios que otros actores buscan imponerle en su entorno, un atributo frente al cual los Estados Unidos-OTAN han demostrado tener una creciente dificultad para valorarlo en sus justas proporciones. Movilizada de forma parcial, Rusia cuenta con una mayor población que la de Ucrania, un complejo militar industrial propio que continúa funcionando pese a las duras sanciones económicas, una superioridad en equipos y hombres, así como la voluntad colectiva para tolerar, hasta el momento, las sustanciales bajas y perdidas de equipos que le causa Ucrania-EEUU-OTAN. Así, Moscú ha logrado imponerse en los brutales escenarios del combarte urbano, contrarrestar los equipos y tecnología brindada por occidente, fortaleciendo su presencia en el frente o retomando la iniciativa, como se ha visto en lugares como el embalse de Berkhovsky, Avdeevka, Artyomovsk o Klescheyevka.
El General Valery Zaluzhny – Comandante General de las Fuerzas Militares de Ucrania, en entrevista concedida a “The Economist”, en noviembre de 2023, manifestó que la lucha se encuentra en un punto muerto, una guerra posicional de combates estáticos y desgaste, como en la Primera Guerra Mundial (1914-1918), que tiende a beneficiar Rusia, que enfrenta la misma situación, estando la salida a este escenario en mantener el decisivo apoyo de occidente (Ej. Fuego de contrabatería, aviones para lograr la superioridad aérea, capacidades de guerra electrónica, tecnología de desminado y entrenar más reservas) y la introducción de nueva tecnología que permita a los atacantes superar a los defensores, siendo crucial impulsar enfoques nuevos e innovadores. En esta reflexión, que tiene bastante de verdad pues es indiscutible que una nueva tecnología podría cambiar la situación en el campo de batalla aunque no es la única estrategia disponible, es donde se configura el Catch 22 para Estados Unidos y sus aliados. Al haberse descartado las opciones de negociación y tomar la decisión de ir a la guerra es claro que cada actor tenía ventajas y desventajas, sin embargo, los EEUU-OTAN-UE parecían muy seguros de no tener mayores desventajas, los problemas del nivel estratégico que llevaron a debacle afgana, no necesitaban ser analizados, reconocidos o subsanados al momento de enfrentar una guerra en Ucrania contra Rusia. De allí el triunfalismo inicial que se proyectó al anunciar nuevas y más severas sanciones económicas, así como el ímpetu jovial, festivo, de las reuniones entre los aliados y el regocijo que se evidenciaba al ver morir, fallar o sufrir a los rusos, sin embargo, los problemas del nivel estratégico seguían ahí y al ver la evolución de la guerra en esos veintidós meses, estos han tendido a hacerse más palpables.
Tal y como se evidenció en Afganistán, a los líderes civiles y militares de occidente les cuesta comprender a sus adversarios, tanto en sus capacidades, como en su resiliencia, en su voluntad de lucha y en las motivaciones por las que libran la guerra, lo que les impide construir visiones equilibradas, pragmáticas y objetivas de los escenarios del conflicto, así de cómo de la forma en la que podrían evolucionar en el futuro. Esto los lleva a formular objetivos estratégicos equivocados, que no son logrables o que no tienen la voluntad, los medios o el tiempo para alcanzarlos, situaciones que en Ucrania se han visto con el fracaso de la contraofensiva de 2023, el surgimiento de una creciente fatiga hacia la guerra en occidente, la imposibilidad de transformar a las fuerzas militares ucranianas en una fuerza al estilo de la alianza euroatlántica a la velocidad que se requería, el abandono que tuvieron que realizar los militares ucranianos de las tácticas – doctrina enseñadas por la OTAN debido a que resultaron poco eficaces frente a las tropas rusas y la decisión del General Zaluzhny de recurrir, para enfrentar las líneas defensivas rusas, a un libro publicado en 1941 por el Mayor General Soviético Pavel Smirov, (Rompiendo líneas de defensa fortificadas), en el que se reflexionaba sobre las experiencias de la Primera Guerra Mundial en esta área, alejándose de la doctrina o libros de texto de la OTAN. Esta situación se ve agravada por otros elementos de contexto, como las crecientes preocupaciones de la Cámara de Representantes de los EEUU por los problemas de corrupción que parecen aquejar a los ucranianos y la dificultad de aislar políticamente a Rusia en el sistema internacional, pues Moscú, pese a los esfuerzos y golpes de occidente no solo sigue siendo un interlocutor válido en África, el Medio Oriente o América Latina, sino que muchos países de estas regiones del mundo no se han unido a las sanciones económicas impulsadas por occidente. Una posición comprensible en lugares como el Medio Oriente, donde hay una mezcla de hastío por años de sangrientas luchas e incertidumbre frente a los objetivos o resultados de las acciones que impulsan las burocracias de la política exterior estadounidense.
Afganistán y Ucrania, pese a sus insalvables diferencias, son escenarios distantes para los Estados Unidos y en los que no hay intereses vitales en juego, los cuales tal vez eran más identificables en tierras afganas donde los Talibanes abatieron a más de dos mil soldados norteamericanos, dieron cobijo a una organización (Al Qaeda) que mató miles de norteamericanos en suelo estadounidense y que desplegó un tipo de terrorismo que generó impactos devastadores en muchos lugares del mundo, un riesgo que seguirá vigente en el futuro debido a que los efectos de la derrota sufrida a manos de los Talibanes en 2021, aún están por verse. En Rusia, tal como ocurrió en Afganistán, existen mayores incentivos para potenciar, de manera accidental o planificada, la resiliencia, la innovación, las transformaciones, los enfoques novedosos, una visión interconectada de los problemas y el desarrollo de sistemas antifrágiles, que son medulares para vencer en cualquier guerra. Lo anterior, debido a que Rusia libra en sus fronteras una guerra que ha adquirido un carácter existencial, contra Estados Unidos, a través de Ucrania, un campo de batalla donde quienes luchan y caen son miembros de las fuerzas militares rusas, el esfuerzo lo hace el sistema económico ruso, la sociedad rusa y el gobierno ruso. Por el contrario, para EEUU dichos incentivos no existen, ya que no están muriendo soldados norteamericanos, las bajas corren por cuenta de los ucranianos, las ciudades norteamericanas no están sufriendo el rigor de los combates y aunque se ha hecho un gigantesco esfuerzo económico para entregar dinero, equipos y otro tipo de ayuda a los ucranianos, muchos de los recursos se reinvierten en las empresas norteamericanas del complejo militar industrial, lo que redunda en beneficios para la economía estadounidense.
Asimismo, la lucha en Ucrania, para desdicha de los ucranianos, le permite a EEUU continuar impulsando su objetivo de debilitar a Rusia en el mediano-largo plazo, gracias a las gigantescas proporciones del PIB estadounidense y de sus aliados, que juntos pueden llegar controlar más del 40% de la economía mundial, mientras que la economía rusa solo representa algo más del 3%. Si EEUU pierde en Ucrania, acumulará un importante golpe en su ya menguado prestigio militar como potencia mundial, pero ello no necesariamente impactará en los grandes temas que están definiendo al nuevo hegemón del sistema internacional y que será aquel actor que salga vencedor en la IV Revolución Industrial, al dominar temas como: El big data, las redes 5G, la nanotecnología, la bioimpresión, la neurotecnología, la neurociencia, las nuevas energías, la inteligencia artificial, las ciudades inteligentes, el internet de las cosas, los vehículos autónomos, la impresión 3D, la robótica avanzada, los nuevos materiales, los materiales inteligentes, el monitoreo remoto, el consumo colaborativo, los estudios genéticos, la edición genética, la biología sintética, la alteración biológica, la automatización de la mano de obra, la renovada carrera espacial, la ciberguerra, las guerras híbridas, el uso de robots militares, el uso de drones, la inteligencia artificial en la guerra y nuevas tecnologías que pueden ser utilizadas por organizaciones terroristas; áreas en las que EEUU lucha, principalmente, contra China. Aún si Ucrania, Estados Unidos, la Unión Europea y la OTAN logran de alguna forma que en este momento no se identifica, éxitos en el campo de batalla infringiendo una derrota estratégica a las fuerzas militares rusas o consiguen destruir la economía o la sociedad del país, es poco probable que el gobierno ruso, el actual o cualquiera que sea en el futuro, acepte a una Ucrania incorporada a la Unión Europea, a la OTAN, a las instituciones occidentales, bajo un gobierno nacionalista rusofobo, con peligrosas ideas propias de la extrema derecha europea y respaldado por Washington, que pude instrumentalizarlo en cualquier momento con el fin de continuar debilitando al país o para amenazar los nodos de poder político, militar, cultural o económico de Rusia.
Sin ninguna probabilidad de negociación a la vista y con el surgimiento de nuevos conflictos en el sistema internacional, como el que vemos entre Israel y la organización terrorista Hamas desde octubre de 2023, la guerra en Ucrania continuará, con la probabilidad de que se escale o de que para los estadounidenses, que entran a un año electoral, pueda empezar a convertirse en otra apática, distante y silenciosa derrota, debido no a la falta de capacidades o recursos, el presupuesto de defensa es monumental (886.000 millones de dólares para 2024) y se incrementa cada vez que EEUU cree enfrentar un desafío, sino porque la sorprendente nación norteamericana y sus líderes, han olvidado pensar, tanto en términos estratégicos, como sobre la guerra. Polarizados internamente, debilitados por la inequidad, aletargados por su dinamismo económico, extasiados por el vertiginoso desarrollo tecnológico, consumidos socialmente por la irrelevancia mediática, avergonzados de la herencia e historia occidental y desdeñosos de las lecciones que podrían ofrecer de la historia militar del mundo, han decidido centrarse en gestionar conflictos pero no en conseguir la victoria, fallando al momento de definir sus objetivos estratégicos y careciendo socialmente de la voluntad de lucha necesaria para alcanzar los mismos, con todos los problemas que ello conlleva.
Las dificultades que han venido aquejado el pensamiento estratégico norteamericano, es decir, a sus líderes, estrategias y la evolución futura de los escenarios de una guerra, obstáculos cuyos resultados hemos visto en la discreta seguidilla de derrotas o estancamientos padecidos en Ucrania, Afganistán, Siria, Libia o Irak, así como frente a diversos temas de la agenda interna e internacional, son síntomas de problemas mucho más profundos que están aquejando la sociedad norteamericana y que de forma ineludible se reflejan en sus actuaciones internacionales, incrementando las probabilidades de pasar de un <<23 Skidoo>> a un <<Catch 22>>. Esta situación no solo hace oscilar a un convulsionado sistema internacional como el actual, sino que para cada vez más actores globales, regionales o locales, los hechos actuales están siendo asociados con el inicio de lo que podría ser una larga decadencia del poderío norteamericano en un sistema liderado por ellos (unipolar) y que parece estar moviéndose hacia una estructura multipolar. Podemos terminar este escrito recordando a Eduard Gibbon, en su extraordinaria obra, “Decadencia y Caída del Imperio Romano (1776)”, hoy en día ampliamente criticada y para muchos políticamente incorrecta, atributos que sin lugar a dudas la hacen merecedora de toda nuestra atención, quién expresó frente a la caída del Imperio Romano de occidente, que:
“La decadencia de Roma fue el efecto natural e inevitable de aquella grandeza inmoderada. En su prosperidad maduró el principio de la decadencia; las causas de la destrucción se multiplicaron con la amplitud de la conquista y en cuanto el tiempo o diversos incidentes eliminaron los soportes artificiales, la magnífica estructura cedió bajo su propio peso. La historia de su ruina es simple y obvia, en lugar de preguntar por qué cayo el Imperio Romano, deberíamos sorprendernos de que durara tanto tiempo. Las legiones victoriosas, que en las guerras adquirieron los vicios extranjeros y mercenarios, oprimieron primero la libertad de la República y más tarde violaron la majestad de la purpura. Los emperadores, inquietos por su seguridad personal y la paz pública, quedaron reducidos al miserable papel de corromper la disciplina que tan formidables las hacia… Puesto que la felicidad de la vida futura es el principal objetivo de la religión, podemos señalar sin sorpresa ni escándalo, que la introducción o por lo menos, el abuso del cristianismo, tuvo cierta influencia en la decadencia y caída del Imperio Romano. El clero predicó con éxito las doctrinas de paciencia y pusilanimidad, se denigraron las virtudes activas de la sociedad y los últimos restos del espíritu militar se enterraron en el claustro… La paga de los soldados se entregó generosamente a inútiles multitudes de uno y otro sexo que solo podían argüir a su favor los méritos de la abstinencia y la castidad… La atención del emperador pasó de los campamentos a los sínodos, el mudo romano se vio oprimido por una nueva especie de tiranía y sectas perseguidas se convirtieron en enemigos secretos de su país… En una época servil y afeminada, se abrazó con devoción la sagrada indolencia de los monjes, pero si la superstición no hubiera permitido este indigno retiro, esos mismos vicios habrían tentado a los indignos romanos a desertar, por motivos más mezquinos, del estandarte de la república, resulta fácil obedecer los preceptos religiosos que satisfacen y santifican las inclinaciones naturales de su devotos… Los Estados más belicosos de la antigüedad, Grecia, Macedonia y Roma, criaron una raza de soldados: ejercitan el cuerpo, disciplinaban el valor, multiplicaban su fuerza con evoluciones regulares y convertían el hierro que poseían en armas fuertes y útiles, pero esa superioridad fue decayendo gradualmente, junto con sus leyes y costumbres… (Gibbon. Pág. 525-532)”.
Bibliografía:
Asimov Isaac (1957). Trilogía de la fundación. Editorial debolsillo. Barcelona.
Gibbon Edward (2003). Decadencia y caída del Imperio romano – Edición abreviada de Dero Sauders. Editorial Debolsillo. Barcelona
Kashin Vasily (Noviembre 2023). Ucrania está perdiendo: ¿Y ahora qué? RT en inglés.
Timofeev Iván (Diciembre 2023). Las sanciones occidentales contra Rusia han fracasado: ¿Qué sigue? RT Inglés.
Ugolny Vladislav (Noviembre 2023). Rusia toma la iniciativa: ¿Ha llegado el conflicto de Ucrania a su final? RT en inglés.
Whitlock Craig (2022). Los papeles de Afganistán: Historia secreta de la guerra. Editorial Critica. Barcelona.
Zeluzhny Valery (2023). El comandante en jefe de las fuerzas armadas de Ucrania sobre cómo ganar la guerra. The Economist.
[1] En los 20 años de la presencia de EEUU- OTAN aumentó de la pobreza que pasó de un 35% en 2001 a un 53% en 2022, mientras que las hectáreas de cultivos ilícitos pasaron 70 mil hectáreas en 2001 a cerca de 230 mil en 2022, no se logró enfrentar una corrupción endémica y no se desarrolló la infraestructura o actividades económicas lícitas https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-58255790).
[2] Una profundización sobre lo que implica el pensamiento estratégico puede encontrarse en el siguiente link: https://www.emerssonforigua.com/pensamiento-estrategico-e-historia-reflexiones-conceptuales-y-aproximaciones-a-como-fortalecerlo/
[3] En ese sentido es posible mencionar el ejercicio del General Stanley A. McChrystal en junio de 2010 o el libro de 2015 “Las ciencias sociales van a la guerra: El sistema del terreno humano en Irak y Afganistán” de Montgomery McFate y Janice H. Laurence, con contribución del General David Petraeus.